Las que no se cuentan son incontables,
respiramos el polvo de su grito ahogado
transparente a todos los filtros y mordazas,
incontenibles llegan a todas partes
y pesan como el lastre irreversible de la culpa.
Se instala en los silencios y festivales
el humo del estruendo que deshace a los bebés
para que no se cuenten, para que no nos digan
que pagaremos estos crímenes sin el carnet de víctima
robado a los cadáveres que ya no pueden defenderse.
En esta niebla seca para ocultar y no contar
cada sonrisa infantil doblemente asesinada,
en este fósforo blanco que devora
carne en las escuelas y hospitales,
en esta alevosía de quienes llegaron a esta Tierra
para robarla a quien les dio cobijo.
Las víctimas de Sión permean el mundo
se adhieren al paladar de todos los discursos cómplices
llenan de ceniza su saliva y no retroceden sino avanzan.
Esperan como semillas a que todo se pudra,
que la supremacía de la mentira
encuentre en la traición a la traición
el abono para su raíz.
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